Llovía
y parecía que nunca pararía. Con mis manos sostenía mis piernas y rogaba a dios
que todo parara. Pero no paró. Los truenos empeoraban y ahora también estaban relámpagos
y refucilos.
Tan solo quería paz, dormir un poco. Descansar y no tener que pensar en lo que
había pasado. La única razón para aferrarse a los recuerdos es porque ellos son
los únicos que no cambian cuando las personas con las que los vivimos, sí.
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